Este 14 de febrero, como cada año, celebramos San Valentín. El día de los enamorados. Una fecha en la que las parejas se intercambian regalos como muestra de lo importante que es su relación. No hace falta a que llegue una fecha señalada para expresar nuestro amor a la gente que queremos. Las joyas son uno de esos regalos que siempre hemos asociado a los sentimientos.
La costumbre de regalar joyas como expresión de amor se remonta a la antigua Roma. En el siglo II antes de Cristo, los romanos regalaban a sus esposas un anillo de oro como muestra de amor eterno. Ellas lo guardaban en un cofre y se lo ponían en las grandes ocasiones.
En 1477 el archiduque Maximiliano de Augsburgo regaló un anillo de oro y diamantes a María de Borgoña, la que después sería su esposa, antes de ser el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. De aquel matrimonio nació Felipe el Hermoso, el que sería el marido de Juana la Loca y padre de Carlos V.
Desde aquel momento, los diamantes se convirtieron en un símbolo del amor. Por su belleza, por su dureza y por su durabilidad. Su popularidad fue en aumento a lo largo de los siglos, siendo la joya preferida por los aristócratas de toda Europa.
En el siglo XIX, el desarrollo de la minería en Sudáfrica hizo que aumentara su producción y, por tanto, bajara su precio. Una campaña publicitaria de los joyeros de Nueva York a principios del siglo XX acuñó el eslogan: “Un diamante es para siempre”, y terminó por convertir a esta piedra preciosa en el símbolo universal del amor eterno.
Hoy, según nos comentan los profesionales de Serrano Joyeros, las joyas continúan siendo un regalo recurrente entre las parejas, si bien la ostentación de los diamantes ha dado lugar a joyas más discretas y delicadas.
Historia de San Valentín.
Corría el siglo III después de Cristo, según cuenta la web del BBVA, cuando el emperador romano Claudio II “El Gótico” prohibió el matrimonio entre los jóvenes romanos. Aludiendo que un joven sin familia era el mejor soldado con el que podía contar el imperio, ya que no tenía ataduras familiares ni vínculos sentimentales.
Valentín, un sacerdote cristiano opuesto a esas medidas, decidió celebrar en secreto matrimonios de jóvenes enamorados. Aquella arriesgada decisión, no solo desobedecía las órdenes del emperador, sino que propagaba la fe cristiana, aún perseguida en Roma, en el seno ejército.
Cuando el emperador se enteró de lo que estaba haciendo el sacerdote, lo mandó apresar y el 14 de febrero del año 269 ordenó decapitarlo por rebeldía. Desde entonces, San Valentín se convirtió en el patrón de los enamorados.
En el año 461, el Papa Gelasio I instauró el día de San Valentín como festividad cristiana, para intentar erradicar unos ritos paganos en honor a la fertilidad que se celebraban a principios de febrero. Con el tiempo, la iglesia católica fue marginando esta efeméride hasta convertirla en una fiesta menor.
El mito de San Valentín continuó presente durante la edad media, unido al concepto del amor cortés. En 1416, el duque francés, Carlos de Orleans, tras ser apresado en la Batalla de Azincourt contra los ingleses, encerrado en la Torre de Londres y temiendo por su vida, envió una carta a su esposa diciéndole cuanto la quería. Encomendó su alma a San Valentín. Durante todo el renacimiento, la tradición de escribir cartas de amor a las enamoradas el día de San Valentín se propagó por Francia, Inglaterra, Italia y Alemania.
En 1840, la norteamericana Esther A. Howland comenzó a vender tarjetas que había dibujado ella con motivos románticos para regalar, y que vendía en su librería en Worcester (Massachusetts) para San Valentín. La iniciativa fue todo un éxito, y desde entonces se impusieron los regalos para esta fecha.
Joyas para ella.
Las joyas continúan siendo uno de los regalos más valorados por las mujeres. Una manifestación de la belleza y fuerza de los sentimientos. Si en tiempos pasados, collares y pendientes eran los ornamentos más regalados, hoy lo son las pulseras y los anillos. Joyas más discretas, pero no menos bellas.
En cuanto a las pulseras destacan cordones de plata u oro fino con un pequeño corazón que sirve de cierre o algún detalle como una esfera de plata, un copo de nieve o una campanilla. Son llamativas, también las cadenas tradicionales con los eslabones en oro blanco y el cierre compuesto por un eslabón de oro amarillo.
Uno de los tipos de pulsera que se han puesto de moda estos últimos años son las pulseras de charm. Un cordón que se personaliza con cuentas huecas que se introducen en el hilo, fabricadas con oro, plata, piedras preciosas y semipreciosas, y que imitan objetos con los que se siente identificada la persona que la lleva, o que transmiten un mensaje.
Los charm pueden ser desde un corazón o un trébol de cuatro hojas, hasta una llave, la forma de una casa, una inicial o la rosa de los vientos.
Respecto a los anillos, triunfan los aros sencillos de plata, que se pueden grabar en el interior y que en el exterior están decorados, de manera discreta, por hileras de brillantes, circonitas o una línea de esmalte.
Para ellos.
Las joyas que más se regalan para hombres son pulseras y gargantillas.
Respecto a las pulseras, suelen estar hechas con piel trenzada o nilón y cierres en plata mate, acero inoxidable y alguna abrazadera plana que cubre una parte del cordón. Se presentan de diferentes colores: negras, cuero natural, azul noche o gris metalizado.
Las gargantillas son sencillas y discretas, rematadas con una pequeña cruz o con una placa tipo militar que se puede grabar con una frase, un nombre o una fecha.
Otro de los ornamentos que se regalan bastante últimamente son los anillos tipo sello, con un frontal, el sello, completamente plano: cuadrado, rectangular u ovalado, que también se puede grabar, si se desea, con alguna letra gótica o cursiva de doble trazado.
Una joyería que contrasta con las recias cadenas y pulseras de oro que se vendían para hombre en las últimas décadas del siglo XX, que intentaban resaltar una cierta masculinidad.
Pulseras y anillos, para hombres y mujeres, con una joyería fina y discreta, aunque con diferentes diseños. Reflejan la equiparación e igualdad de género que se pretende alcanzar en los tiempos en que vivimos.
Una joyería sencilla, práctica, que se puede lucir en cualquier ocasión y que no desentona con ningún look. Marcada por la utilidad y la comodidad.
La fuerza del detalle.
Lo más importante de regalar una joya no es el dinero que te has gastado en ella, sino el efecto que va a producir en la persona que lo recibe. Así lo comenta a la web de la BBC Elizabeth Dunn, profesora de Psicología en la Universidad de la Columbia Británica (Canadá). Los regalos tienen un valor más simbólico y sentimental que material.
Cuando una persona recibe una joya, no piensa en primera instancia en si es cara o barata. No es un artículo que vaya a revender. Le da más valor al detalle en sí. Al hecho de que la otra persona se ha acordado de una fecha importante o que expresa un sentimiento sincero. También entra en juego el efecto sorpresa. Es un regalo que la persona agasajada no se esperaba o que le ha sorprendido por su forma y belleza.
Cuando regalamos algo pensamos en la cara que va a poner la otra persona al recibirlo. Según Dunn es un error partir de ese punto de vista. Lo importante es la utilidad que le va a dar el receptor al regalo. Regalar una joya para que quede guardada en el fondo de un cajón es un fracaso.
En los tiempos en los que vivimos los regalos son para lucirlos, para disfrutarlos, para integrarlos en nuestra vida. Esto implica que lo que hemos regalado le debe gustar a la otra persona. Debe estar encantada de utilizarlo. Lo cual supone que tenemos un conocimiento de sus gustos y hábitos. Que nos preocupamos por conocerla y nos interesamos por ella de verdad.
Es un acto de empatía. Una conexión con la otra persona. Ella le da más valor a este hecho que al dinero contante y sonante que te has gastado en adquirir el regalo.
Ella se pondrá la joya a menudo, por iniciativa propia, sin intentar agradarte a ti, ni a nadie, solo porque le gusta. Muchas veces se acordará de que fuiste tú quien se la regaló. Tú al verla con ella puesta te sentirás orgulloso. Se ha creado una conexión fuerte entre los dos. No hace falta que el resto de la gente se entere. Lo sabéis vosotros, no es necesario gritarlo a los cuatro vientos.
Es posible que cuando estés leyendo este artículo ya haya pasado San Valentín. No tienes por qué esperar un año para sorprender con un regalo a la persona que quieres. Cualquier momento es bueno para expresar con una joya tus sentimientos.